En 1994, los piratas filipinos asaltaron una embarcación en el mar de China y entre ellos había una mujer. En 2006, se indicó la presencia de dos o tres féminas armadas en un barco pirata malayo. Ambos hechos fueron considerados sorprendentes y únicos. Pero la realidad es bien distinta. A pesar de que las mujeres escasean en ciertos ámbitos, la Historia nos habla de importantes científicas, astronautas, políticas, historiadoras, guerreras, gladiadoras, guerrilleras, bastantes literatas, pintoras, médicas, espías y no pocas actrices, modelos… Un listado en el que, evidentemente, también se cuelanpersonajes femeninos del otro lado de la ley, como gangsters, bandoleras, mafiosas y, claro está,piratas.
Lobas de mar
Siempre ha habido mujeres embarcadas como pescadoras, comerciantes, asalariadas de la Marina... pero también hubo quienes formaron parte de tripulaciones piratas o de la población de los puertos y refugios de corsarios y filibusteros. Aunque la geografía de la piratería, masculina o femenina, es universal, no se sabe mucho de las bandidas del África occidental, de las del subcontinente indio o de Oceanía, y ha habido muy pocas en el mundo árabe. Sabemos más, en cambio, de las de China y del sudeste asiático. Y, por supuesto, las ha habido en la América colonial y, sobre todo, en Europa.
La extracción social de la piratería femenina, de las piratas propiamente dichas y de las demás mujeres de ese entorno, es también variada. Muchas de ellas eran proletarias, campesinas expropiadas, lumpen, delincuentes comunes, prostitutas, sirvientas y, cómo no, ex cautivas y ex esclavas. Algunas fueron simples aventureras, sin causa aparente para lanzarse a la piratería. Las hubo asimismo nacionalistas, contrarias a la dominación extranjera de su país, perseguidas, exiliadas, renegadas y herejes. Otras, tenían un origen burgués, por ser hijas de comerciantes, abogados o funcionarios. Sin olvidar las que provenían de la nobleza, venidas a menos o no, e incluso se sabe de princesas y reinas que acabaron ejerciendo tan aventurado oficio. En definitiva, ha habido mujeres piratas en todas las épocas y de todos los estamentos sociales.
Artemisa, reina y corsaria
En la Antigüedad, el Mediterráneo y el mar del Norte fueron escenarios clásicos de la actividad corsaria. Muchas sociedades, con sus reyes y reinas, vivían de la agricultura, del comercio y... de la piratería. En el siglo V a.C., Herodoto hace referencia a la reina y corsaria Artemisa I de Halicarnaso, que se alió con Jerjes II en Salamina para luchar contra los griegos. De ella diría el rey persa que era la mejor de sus capitanes. Al mando de las galeras de su reino, Caria (Asia Menor), Artemisa usaría estandartes griegos o persas en función de sus intereses. Un siglo después, una tocaya suya, Artemisa II de Halicarnaso, además de ordenar la construcción del famoso Mausoleo, que figuró entre las Siete Maravillas de la Antigüedad, sería conocida por emplear las tácticas más rudimentarias de la piratería para luchar contra sus enemigos. No menos célebres fueron los piratas ilirios, pueblo indoeuropeo que se estableció, sobre todo, en la costa oriental del Adriático, cuya economía se basaba en gran parte en la actividad pirática. Uno de sus más famosos miembros fue una mujer, la reina Teuta, del siglo III a.C., viuda del rey Agrón de los ardiaei –etnia iliria–. Su reino se extendía desde la actual Split, en la costa dálmata, al Epiro, en el extremo noroccidental de Grecia. Teuta organizó excelentemente sus recursos corsarios contra otros piratas ilirios y contra las costas griegas –conquistó la isla de Corfú– e itálicas, hasta que en 229 a.C. los romanos pusieron fin a sus andanzas.
Alvilda
En el siglo I En el Báltico y el mar del Norte, los antepasados de los vikingos ejercieron también la piratería a gran escala y en ella, por supuesto, no faltaron mujeres. Como Alvilda, la bella princesa guerrera sueca, de dudosa existencia, y cuya vida narra el monje sajón Saxo Gramático, de los siglos XII y XIII, en su Historia de los daneses. El fraile sitúa a la pirata en el siglo I, y cuenta que, para no casarse con un príncipe danés, la chica huyó de su casa y se puso al mando de una tripulación de mujeres–más tarde también de hombres– junto a su hermana, dedicándose al abordaje de barcos y poblaciones costeras de Dinamarca. Finalmente, fue capturada vestida de hombre por el pretendiente despechado y hay quien asegura que se casó con él.
En la Edad Media, a partir del siglo VI y tras las invasiones eslavas, hubo mujeres entre los piratas croatas, dálmatas y vénetos del Adriático. Y en el mundo vikingo también: la sueca Sigrid del siglo X, las noruegas Rusla y Aasa, del IX, y la islandesa Freydis, hija del vikingo Erik el Rojo, en el siglo XI. Se conocen también algunas frisonas, danesas y germanas, como Foelke, que vivió en el XIV, y algunas francesas, a caballo entre la milicia y el corso, entre las que destacan Jeanne de Montfort, hija de un conde francés, y Jeanne Clisson.
Piratería femenina en el Mediterráneo
Llegados a la Edad Moderna, el Mediterráneo era un mar de piratas. Se sabe de una bereber, Sidá al-Hurra, que fue sultana durante el siglo XVI. Incluso la literatura se hace eco de ellas. Así, Cervantescuenta historias, quizá ficticias o basadas en realidades difusas, de piratas –o similares– españolas, moriscas, e italianas, algunas de ellas ex cautivas, en el norte de África.
Más al Norte, entre el siglo XVI y el XVII, una peculiar familia pirata córnica fue la de los Killigrew, en la que hay varias mujeres –ver recuadro–. Inglesa era Juana la Negra e irlandesa Grace O’Malley. Ésta última, cuyo verdadero nombre en gaélico era Grainne Ni Mhaille, pertenecía a una saga de la pequeña nobleza que se remontaba al siglo XII y era antiinglesa, pues su familia no había rendido vasallaje a Enrique VIII de Inglaterra. Nacida hacia 1530, hablaba habitualmente gaélico y muy mal el inglés. Oficialmente cristiana, conservaba la religión druídica, por cuyos ritos se casó la segunda vez. Participaba en las luchas de clanes y familias irlandesas y era una experta marinera. Entre 1550 y 1600 fue una verdadera pirata brutal y sin escrúpulos, incluso con sus propios hijos. Poseía una gran flota con la que atacaba poblaciones costeras inglesas e irlandesas y asaltaba barcos, incluso turcos y españoles.
Isabel I de Inglaterra ofreció 500 libras por su cabeza, fue dos veces capturada y dos excarcelada. En los últimos años pidió y obtuvo la gracia de la Reina, con la que llegó a un acuerdo, en 1593, por el que ésta aceptaba sus reclamaciones de tierras y le concedía el perdón convirtiéndola en su aliada. Su castillo todavía puede verse en la isla de Clare. Murió, se dice, reincidente, en el asalto a un barco.
Bonny y Read
Entre los siglos XVI y XVIII las aguas americanas fueron el paraíso del bandidaje marino. Y también un nido de piratas euroamericanas: mujeres en su mayoría europeas, deportadas o emigradas a América. Algunas habían sido capturadas junto a tripulaciones piratas o en puertos piratas. Judith-Armande Préjoly, nacida en el siglo XVII, sería una de ellas. De existencia dudosa, se cuenta que fue ahijada de Richelieu y hereje, lo mismo que Marie-Anne Dieu-le-Veut. Mencionaremos también a la renegada anglofrancesa Charlotte de Berry y a la marquesa de Fresne, ambas del XVII. Otras dos mujeres piratas de fama fueron la irlandesa Anne Bonny y la angloirlandesa Mary Read. Éstas han sido las más celebradas en narraciones y películas. Defoe se inventó unas biografías del gusto del siglo XVII, en las que la verdad salía bastante malparada. Anne Bonny era hija natural de un abogado irlandés, que la llevó a Carolina del Sur, EE UU. La chica, fuerte y brutal, mató a una sirvienta de una cuchillada. Se la relaciona con algunos hombres, pero sobre todo con el pirata Rackham, apodado Calico Jack.
Por su parte, Mary Read, quien quizá fuera hija de una prostituta, se manifestó siempre como un varón y desde pequeña le gustaba vestir como tal. Se alistó en el ejército inglés y luego en una unidad holandesa, sin revelar su sexo. En algún momento se unió a la tripulación del barco de Rackham, donde conoció a Anne y acabaron siendo amigas y amantes. En el barco llevaban ropas de hombre, juraban y blasfemaban, y en los combates se portaban más bravamente que muchos de ellos.
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